martes, 31 de mayo de 2011

Juan Pablo: un buen árbol

Jaimeduardo García

A la memoria de Odilón y Mario

El primer recuerdo que me viene a la mente de Juan Pablo se remonta a principios de los años ochenta, cuando estudiábamos en la ENEP Acatlán. La escena es la siguiente: él estudiaba sociología y yo periodismo. En una clase de análisis de los medios trabajábamos con una imagen publicitaria, la cual consistía en hacerle algunas mediciones. De repente, se abrió la puerta del salón de clases, entró Juan sin pedirle permiso a la profesora (a quien apodábamos “Katty la Oruga”), se dirigió al fondo del aula, donde un grupo de cinco compañeros nos esmerábamos en cumplir con los requerimientos que nos exigía la maestra, Juan Pablo se acercó y nos preguntó: “¿Qué hacen?”. Odilón (entrañable amigo de los dos) le contestó: “Analizamos una imagen”. Juan Pablo le replicó: “Esas son pendejadas, para qué les va a servir en la vida, yo estoy estudiando la regularización de la tenencia de la tierra. Eso es importante”. Yo tercié: “Es nuestra carrera, qué quieres”. Juan Pablo sólo remató: “¡Chinguen a su madre y la maestra también!”. La profesora, que en ese momento se encontraba detrás de él, sólo abrió los ojos tan grandes como dos enormes platos, la boca abierta tardó en cerrarse, siguió a Juan Pablo con la vista conforme salía, volteó y nos miró incrédula; nerviosa, sólo atinó a decirnos: ¿Ya terminaron? Las palabras de Juan Pablo fueron proféticas. No sé por qué nos enseñaron esa información inútil, jamás en mi vida profesional la he necesitado.

Antes de conocer en persona a Juan Pablo oía hablar de él frecuentemente como un verdadero intelectual, como un gurú del conocimiento. Odilón fue quien me describió a Jean Paul, como le decían: “Del tema que quieras te habla, lo sabe a profundidad, te explica de manera detallada. Está cabrón Juan Pablo”. Yo pensaba que la admiración desmedida de mis compañeros opacaba su juicio. Nunca había conocido a nadie como él, ni en aquel entonces ni ahora.

Me parecían exagerados los comentarios, las descripciones y su fama enciclopédica, una especie de biblioteca viviente, ¡va! Cuando lo conocí y lo oí hablar por primera vez en el “Tercer Mundo” (refugio de la bohemia universitaria, por su bajo costo y ser territorio liberado), confirmé que todo lo que había escuchado de él fue cierto. Cuando comenzaron a salir palabras de su boca, y no creo exagerar, intuí que el conocimiento verdadero encarnó en Juan Pablo, con los años lo corroboraría.

De Juan admiro muchos atributos y cualidades, pero lo que más valoro es su congruencia con lo que piensa, dice y hace; su integridad como persona, como amigo, como periodista, como intelectual está más allá de toda prueba, no se traiciona ni traiciona a nadie. Yo confío plenamente en él.

Nuestra amistad, como los buenos vinos, ha sido un proceso largo, madurado con el tiempo, con vivencias, con duelos, con tristezas, con ausencias, con momentos festivos, desenfadados, francamente desmadrosos, con el periodismo y con compartir los anhelos de luchar por una sociedad mejor.

En la universidad nuestra relación no fue muy cercana, fue más bien recreativa, de desparpajo, casual, de coquetear con la realeza, es decir, brindar con cerveza Corona.

El periodismo fue el vínculo que estrechó nuestra relación filial, pues sin haberlo estudiado, Juan nos enseñaba al resto del grupo que fundó el periódico Acontecer (Mario, Odilón, Eulalio, Roberto, Reyes y Carlos), que el periodismo iba más allá de la nota bien escrita, de la información precisa y confirmada; que el periodismo es amor a la escritura, y que sin sociología, sin historia, sin cultura, sin contexto, sin compromiso, sin crítica al poder, el periodismo es un ejercicio estéril.

Su conocimiento y la información que maneja siempre han sido magros, digamos abrumadores. Recuerdo que en la huelga en la UNAM a comienzos de 1987, la cual estalló el Consejo Estudiantil Universitario, por un mitin que se realizó en Ciudad Universitaria, Juan Pablo y otros compañeros nos trasladamos para allá. En las famosas “Islas” de CU nos cruzamos en el camino con Hermann Bellinghausen (periodista de La Jornada), nos saludó, y empezó a conversar con Juan Pablo, era al único que conocía.

El tema derivó en los Yuppies (jóvenes urbanos nacidos en los años cincuenta y sesenta, de clase media alta, profesionales, cultos y acomodados), ¡el periodista Bellinghausen no sabía quiénes eran los yuppies! (tampoco lo sabíamos nadie del grupo). Juan Pablo le explicó rápidamente muy acomedido.

En ese momento me di cuenta de dos cosas: Juan fue y es honesto al democratizar el conocimiento, su suplemento La Tinta Suelta es una prueba irrefutable de ello, no lo quiere para lucimiento personal, y la otra, su cúmulo de información es tan vasto, que motiva a los demás a investigar y aprender, aunque nunca se le alcance. Pero cumple el cometido: da pauta para buscar el conocimiento. Marca la ruta. Juan Pablo es un buen árbol y quien se acerque a él, buena sombra lo cobijará.

Juan se da a querer, es carismático, la gente lo sigue y aprecia no sólo por su sapiencia, característica inherente a él, sino porque tiene sentido del humor, es ocurrente, de mente ágil, antisolemne (cuando llega a las redacciones donde he trabajado nunca saluda según los protocolos de la decencia, siempre me suelta un: “Qué acción Gallo”, no importa quién esté allí o el lugar. ¡Eso me encanta!), además, posee mucha calidad humana, y una sensibilidad y nobleza que quiere ocultar bajo el manto de la frialdad, aunque, en ocasiones, su ego intelectual lo rebase.

La gente se preocupa por Juan Pablo. Para reforzar lo anterior, evocaré un episodio lamentable y violento en su vida, para quienes lo queremos y estimamos fue doloroso: la herida que sufrió con un arma punzocortante, provocadas por la intolerancia y el exceso de estupidez. Gracias a la intervención puntual y acertada de Eulalio, quien lo llevó a la Cruz Roja, Juan Pablo sobrevivió. Cuando un amigo común, “El Robert”, me avisó al día siguiente que a Juan lo habían herido, me trasladé a la Cruz Roja de Polanco. No me causó sorpresa ver a amigos, conocidos y gente que se encontraba en las instalaciones para estar al pendiente de su recuperación. Una especie de amor-conocimiento mesiánico que ha brindado a quienes lo conocen ha dado y seguirá dando frutos.

Esto nunca se lo he dicho a Juan, es la primera vez que lo escuchará: la noche anterior a su percance soñé que le disparaban en el vientre. Me desperté alarmado y muy perturbado. Me sacudió oír la noticia. En mi sueño Juan sobrevivía, afortunadamente, la vida escribió un guión largo para él.

Hemos pasado episodios dolorosos juntos, hemos sido trastocados por la tristeza, por el duelo, como la muerte de dos de nuestros amigos: Odilón Alvarado y Mario Flores. Después del entierro de este último, nos reunimos en casa de un amigo mutuo, Eulalio. Allí, luego de manifestaciones de sinceridad de ambas partes, confirmé que Juan, en el fondo, es un sentimental, pero la razón y su buen juicio combinados irradian luz, imponen en Juan un muro para que no derrape en la cursilería o el sentimentalismo, su optimismo basado en las alternativas que se deben construir lo propaga a quien se acerca a él; abre puertas de la percepción y te ayuda a despejar telarañas mentales.

El tiempo va erosionando nuestros defectos de carácter, y con Juan Pablo no ha hecho una excepción. Anteriormente, Juan era muy intolerante (su radicalismo es parte de su esencia), menospreciaba la vida cotidiana, las pláticas que no tuvieran que ver con el conocimiento, la razón, la crítica, las evadía; si quienes ya vivíamos en pareja hablábamos de los precios del jabón, del aceite, del papel higiénico, de la leche, de las compras en el mercado, de pañales desechables, de impuestos, nos tachaba de alineados. En la actualidad, el conocimiento, la razón, la crítica, la información, siguen siendo su prioridad: lectura y escritura, pero acepta y asume que hay vida real más allá de la letra impresa y de internet.

Un ejemplo es su vida de pareja. Nadie se imaginó a Juan Pablo viviendo en matrimonio. Un compañero en la universidad le vaticinó que su destino sería el sacerdocio, la locura, o la muerte prematura. Erró, por fortuna. Como nunca he visto en él un renacimiento anímico, Noemí le ha inyectado vida. Y lo celebro, por qué quién que aprecie y estime a una persona no siente regocijo en el alma por ella si ha encontrado a su complemento amoroso y se han subido juntos al tren de la vida.

Ser amigo de Juan Pablo me ha proporcionado momentos muy satisfactorios con su compañía, con su erudición, con sus sugerencias, con su conversación, de hecho, Juan siempre anda a la caza de orejas para desplegarse y escupir cinco mil palabras por minuto; Juan me ha confirmado que la amistad es más que tomarse un trago, estrecharse la mano, o mandarse correos por internet, es saber que se cuenta con él en cualquier circunstancia, no hay de su parte reproches ante largos periodos de ausencia, tengo la convicción de que la amistad verdadera es una coraza que ni el tiempo traspasa, Juan me ha dado esa certeza. En él, el egoísmo, la vileza, el arribismo, la humillación, la discriminación, la doble moral están desterradas de su concepción y actuar como persona. También con Juan comparto recuerdos más largos que una carretera.

Me ha demostrado que el pensamiento es un arma poderosa, que a través de la sinceridad, la integridad, la nobleza, la coherencia, la inconformidad, el conocimiento, la búsqueda, se puede escuchar el color de tus sueños. Gracias Juan Pablo por ser mi amigo.

No hay comentarios: