jueves, 12 de enero de 2012

Chilangolandia ante los ojos de un ciber-pocho



*Crónicas de varios rituales culturales y religiosos
**Una visita rápida a los bajos fondos de la capital
***Un libro para norteamericanos


Juan Pablo García Vallejo
Acaba de aparecer un libro de crónicas El bajón y el delirio. Crónicas de un poco en la ciudad de México, escritas por un joven periodista Daniel Hernández, publicado por la Editorial Océano en su colección Primero Vivo, que de inicio inconscientemente afirma estar aquejado del Síndrome del Laberinto de la Soledad, porque no sabe de dónde es, si es gabacho o si es mexicano. Pero además tiene la curiosidad de venir a intentar conocer de qué tela están hechos los mexicanos que vivimos en Chilangolandia.
No es necesario señalar que han sido muchos visitantes extranjeros que han intentado descubrir la esencia del mexicano a través de sus costumbres, fiestas, lugares habitacionales. Pero pocos lo han entendido. Y no está demás decir, que recientemente otros periodistas norteamericanos también han escrito sus aventuras maravillosas en la Ciudad de México, hasta llegar a amarla más que su lugar de nacimiento como el caso de David Lida y una norteamericana que se las pasó negras cuando vivió el machismo mexicano.
El titulo tiene mucho de retro, pues en el siglo XXI, ningún mexicano le dice pocho a un hijo de mexicanos en Estados Unidos, un término regionalista estigmatizador y discriminador que estuvo de moda hace 60 años.
De inicio se espanta por lo gigantesco de la Ciudad de México, algo bastante extraño cuando proviniendo de California hay allá 20 millones de mexicanos y la macrocefalia urbana se observa en cada edición de la Guía Roji sin necesidad de verla desde un avión. Esto es necesario porque millones de chilangos nunca se han subido a un avión pero saben que viven en El Monstruo de la Ciudad de México.
Su libro comienza con una escapada a uno de los rituales religiosos más importantes para todos los mexicanos, la visita a la Villa de Guadalupe el 12 de diciembre. Por suerte una banda sureña lo a adopta efímeramente y lo invita a colocarse con juanita para reafirmar una vez más aquello de que “los marihuanos somos guadalupanos, no pinches comunistas”, como se consigna en el Manifiesto Pacheco esta gran pinta en la pared de un panteón en San Ángel.
Otro de sus visitas obligada en su viaje turístico es al Tianguis Cultural del Chopo, la catedral del rock en México, aunque el confunde tianguis que es un mercado a cielo abierto con un mercado ya instalado, esto no lo haría ningún mexicano aunque estuviera borracho, para intentar comprender a las múltiples tribus urbanas finiseculares que lo visitan cada sábado para sentirse orgullosos de su estilo o por mera consumo alienante como ratas de supermercado alternativo.
Se le olvida decir que esta empresa cultural marginal fue ideada originalmente por Jorge Pantoja, un distinguido promotor Cultural, que luego la tribu de comerciantes choperos cometiera un buen parricidio y coincidió con la aparición social de las bandas de chavos que fueron el sujeto histórico de la Década Perdida de los años 1980.
En otras de sus crónicas trata el problema de la inversión térmica durante el invierno, esa capa café que cubre la Ciudad de México y que Octavio Paz llamo neblumo e intenta analizar la mezcla de gases químicos que respiramos diariamente aunque le falta decir que hay un componente orgánico elemental en el aires de la ciudad de México, que si fuera fluorescente ésta no necesitaría alumbrado eléctrico como se afirmara en la revista National Geografic a mediados de los años 1980.
Y el mismo Daniel Hernández cree que es víctima de las secuelas de la inversión térmica cuando una mañana arroja flemas verdes o no será un síntoma de su incursión en la escena coctelera donde se fuma y se bebe mucho, y como producto de la mezcla de aire caliente y bebidas frías a los pocos días de esta indisciplina de salud los pulmones producen estas excreciones respiratorias.
En su estancia en la Ciudad de México vive primero en Iztacalco, luego pasa a la Roma y luego en el centro de la ciudad, se enamora de la Condesa y de su ambiente de reventón perpetuo, pero también sufre las consecuencias de esta diversión desmedida cuando uno de sus amigos muere de tanta diversión y de sus excesos de alcohol.
Una grave laguna cultural de Hernández es pensar que la Condesa se está aburguesando en el siglo XXI por la cantidad de comercios, bares, boutiques de heteros y de la diversa cuando a los ojos de cualquier chilango la Fondesa está en plena decadencia.
Y uno de sus crónicas culturales es el fenómeno efímero de los jóvenes emos, entrevista brevemente a un joven emo que vive en Ecatepec, pero Ecatepec no es cualquier lugar pues es el municipio más poblado de todo México habitado por casi 4 millones de mexicanos, y la hostilidad que sufrieron los emos cuando aparecieron públicamente en la Glorieta de Insurgentes por parte de jóvenes punks. Como ya otras tribus urbanas tenían sus espacios delimitados, gays, punk, darks, parejas de enamorados, comerciantes, los emos no les quedo otra que ocupar las jardineras de las salidas del metro Insurgentes. La agresión a los emos según él fue una conspiración de los medios de comunicación contra los estos jóvenes, en realidad fue un chivo expiatorio malogrado de los perredistas para distraer a la opinión pública sobre las múltiples prácticas antidemocráticas en sus elecciones por la dirigencia en la Ciudad de México, porque luego ya nunca más han aparecido emos en los noticias.
El bajo y el delirio es un buen intento por entrar en las entrañas de la identidad cultural de los chilangos, pero más allá de abrir la casa, todavía nos guardamos algunas cosas que ningún extranjero entendería como saber cómo le hacemos para sobrevivir en esta ciudad de la Distopía que él llama repetidamente fresamente infierno futurista.

Hernández, Daniel
El bajón y el delirio. Crónicas de un poco en la ciudad de México
Editorial Océano, Col. Primero vivo, México, 2011, 238 pp.

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